Domingo
Como un signo de interrogación abierto,
me siento.
Pongo sobre la mesa diferentes episodios:
El sinfin de veces que me han dicho “no”
disfrazado de un no tengo tiempo.
Las veces que he corrido tras las sombras
que aparecen momentáneamente reclamando su parte,
las cartas y los cuentos escritos que se han quedado guardados…
y así.
Y es cuando te dices a ti misma,
que el mundo real no te es suficiente.
Por eso escribes,
como si fuera la única posibilidad de aferrarte a la vida.
Has desgastado palabras,
instantes.
Dices sí, a todo porque de ello depende el otro,
porque aún te quedan sonrisas para alivianarle el día.
Y llegas a casa,
arrojas la cartera.
Ahí están los niños,
se han escapado en bicicleta. Les gritas.
Te sientes impotente.
Envuelves la rabia en un regaño,
pero aún sientes que fue una osadía
que su padre levantara la mano contra sí mismo,
quizá en silencio los niños también lo hacen.
Es domingo. Lloras.
Culpas al clima por las lágrimas que sin mesura
se deslizan tras el marco dorado de tus lentes.
Culpas a los gatos porque desde la puerta se asoman,
pero no quieren subirse en tus piernas.
Escribes, porque no hay más para ti
y le escribes al hombre de barba
que cuando te vea te abrace,
te dice que sí, que te abrazará mucho
le vuelves a decir que escribes
porque el mundo real no es suficiente.
Él tiene razón:
El mundo es demasiado aburrido.