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Aprendizajes


En el crepitar

de una noche de viernes,

me encontré un colibrí ancestral.

Nos embriagamos de sombras,

de crepúsculos,

y voló a mi lado

con la excusa de buscar un cigarrillo.

Un encuentro de dos mundos

cuando se acercó a mi boca.

Me susurró

que somos hijos del sol,

de la tierra,

y del espíritu.

Le dije que no me dejara sola

en la noche

y lo llevé conmigo.

Me instó a mirarme frente al espejo.

Me hizo detener en mis arrugas,

en mis pechos,

en mi vientre

y en mis estrías.

Luego le habló a mi alma,

me quiso hasta el fondo

perdidos en el centro de la madrugada.

Amaneció,

mientras una paloma nos miraba desde la ventana.

Aprendí que el amor eterno

puede durar sólo una noche.


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