Buscar
Aprendizajes
- Andrea Figueroa
- 26 jun 2017
- 1 Min. de lectura

En el crepitar
de una noche de viernes,
me encontré un colibrí ancestral.
Nos embriagamos de sombras,
de crepúsculos,
y voló a mi lado
con la excusa de buscar un cigarrillo.
Un encuentro de dos mundos
cuando se acercó a mi boca.
Me susurró
que somos hijos del sol,
de la tierra,
y del espíritu.
Le dije que no me dejara sola
en la noche
y lo llevé conmigo.
Me instó a mirarme frente al espejo.
Me hizo detener en mis arrugas,
en mis pechos,
en mi vientre
y en mis estrías.
Luego le habló a mi alma,
me quiso hasta el fondo
perdidos en el centro de la madrugada.
Amaneció,
mientras una paloma nos miraba desde la ventana.
Aprendí que el amor eterno
puede durar sólo una noche.
Commenti